Datos personales

domingo, 24 de abril de 2011

Riobamba: los rostros del trabajo informal


Una ciudad es un espacio que se transforma por la influencia del hombre y en el cual confluyen elementos sociológicos, económicos e industriales junto a una densidad poblacional que puede ser alta. De acuerdo al criterio económico, la principal característica del espacio urbano es la actividad laboral de sus habitantes; así, mientras en el espacio rural dominan las faenas relacionadas con el sector primario, en el mundo urbano los trabajos principales son los vinculados a la industria y los servicios. Esta afirmación, no obstante, puede tambalear si al recorrer las calles reparamos en la pervivencia de arraigados problemas sociales, la mayoría resultado de la falta de empleo, lo que convierte a las urbes en atroces selvas donde sus habitantes deben apelar al mayor de los esfuerzos para subsistir. Más que un crecimiento urbanístico, una ciudad es un movimiento humano donde se nace, se crece, se aspira a un mejor modo de vida; surgen así ingeniosas formas para ganarse el sustento: sucedáneos del empleo y modelos del subempleo. Las personas se transforman en figuras pintorescas, inconfundibles y hasta cotidianas. Sus movimientos, sus faenas, nos hablan de aspiraciones, esperanzas, fracasos, sueños. En los rostros del trabajo diario se dibuja el sentir de cada ser; son estos los involuntarios narradores de la vida de un pueblo.





En el mes de Abril la ciudad de Riobamba festeja su Independencia. Su fisonomía parece alterarse por las variadas propuestas de celebración: desfiles, elecciones de reinas, festivales, actos culturales y más eventos donde se destaca reiteradamente un hecho histórico trascendental, pero que de a poco ha cedido espacio a una fiesta más alejada de sus orígenes como próxima a devenir singular escenario de contrastes en que unos festejan y otros, al igual que cualquier día, bregan en pos de su manutención. Sin disminuir la valía de nuestros forjadores de la libertad, podemos observar a quienes en el presente forman parte de la realidad citadina: hombres y mujeres; ancianos y niños, que sin ser candidatos a una designación política, sin esperar el elogio vano, el aplauso, el monumento, son grandes para sus vidas y la de sus familias. Ciudadanos y ciudadanas que esperan las fiestas, no para gozarlas, sino para mostrar su eterno rol de sobrevivientes urbanos.

Frente a la escasez de plazas de trabajo formales, la habilidad para la improvisación, la creatividad estimulada a la fuerza, las diarias carencias… llevan al ejercicio de diligencias que pueden pasar inadvertidas, pero que, pese a los inconvenientes de estética u orden que generan, son parte del ámbito colectivo. Imaginemos un desfile sin carameleros, sin vendedores de agua, sin globos de colores o muñecos inflables que hipnotizan a los chiquillos. En el mismo contexto, los payasos, los disfrazados que, sin ser parte de comparsa alguna, ofertan baratijas, juegos de burbujas o estruendosos pitos. Complétese el singular cuadro con artesanales papas fritas, habas tostadas, chifles y más enfundados que hoy incluyen bolsitas de salsa de tomate o mayonesa como el toque para ir a par de la moda o al nivel de famosas marcas. Tampoco faltan los chochos con cuero que dieron paso a los nombrados cebiches elaborados con esos mismos ingredientes, el tradicional hornado riobambeño, las papas con cuero e infinidad de alimentos ofertados en esquinas, portales o improvisados restaurantes al aire libre. Quién no ha degustado además un helado batido a mano, una agua de coco, espumilla, algodones de azúcar, manzanas acarameladas y más dulces. Casi todos estos productos, fruto de operaciones de una sola persona que utiliza, en función de sus necesidades, la mano de obra no remunerada de sus propios familiares.

La influencia de otras culturas, los inmigrantes que regresan, los desplazados de otros países también contribuyen a crear nuevos espacios, diferentes productos, nuevas ventas. Para nadie es extraño encontrarse con obleas colombianas, chaulafanes vendiéndose en carritos, shawarmas riobambenses, pizzas cholas, hot dogs criollos, carnes a la llanera, chuzos “arena pupo” y más variopintos productos que alternan con pintorescos vestuarios para mascotas, fosforescentes cachos de diablo, espadas laser, paracaídas malogrados por cables y un sinfín de novelerías que, por lo general, terminan en la basura, rindiendo culto insensato al consumismo que nos consume con voracidad en temporada de fiestas.

Las ferias, los parques, la llegada de los juegos mecánicos contribuyen con otros actores urbanos quienes, en su lógica de subsistencia, improvisan piruetas circenses donde no faltan trapecistas, tragafuegos, malabaristas, mimos y cómicos de chistes burdos. En oposición a esta fingida alegría, apostados en esquinas o en veredas, también abundan enfermos, mendigos, minusválidos y otros “anormales” que testimonian con su perturbadora presencia la vigencia de una sociedad egoísta y desalmada frente a la pobreza.




Junto a estos informales modus vivendi, persisten otros acaso condenados a extinción: fósiles contemporáneos a los que el avance tecnológico, la modernidad, el esnobismo… despareció de a poco, pero que aún pueblan la mente de viejos y no tan viejos. Quedan rezagos de algunos de ellos y entre estos quizá el último de los últimos en su vetusta carreta que alguna vez fue del año y que hasta hoy, arreada por un caballo flaco, tiene sus riendas en mano de don Ángel Silva, que con décadas a cuestas arrastra una ristra de historias y ante quien la ciudad fue del polvo a la piedra, de la piedra al asfalto, del asfalto a los huecos que ha dado al Corazón de la Patria el nominativo de: “Pueblito de los baches”. Cada sábado, frente a la Iglesia de San Alfonso, la curiosidad o el candor empuja a los ingenuos a develar el futuro mediante una vieja caja de madera, donde un par de canarios guiados por la mano firme de su propietario -antes eran loros- con su pico extraen amañadas cartas que vaticinan la ventura en el amor o el trabajo. Y, tal vez extinta o arrumada en algún rincón, la blanca carretilla del ponchero uniformado que no circula ya por la ciudad.




Estos son algunos de los modos de sobrevivir en una ciudad que crece a ritmo vertiginoso sin la certeza de generar empleo que cubra a cabalidad las necesidades de sus vecinos: hombres y mujeres enfrentados al dilema de obstruir y halagar a sus clientes, errantes voces de las calles donde chocan con autoridades represivas, leyes que enaltecen la belleza de las metrópolis a costa del sacrificio humano. Acaso se pensará que escribir sobre esto poco tiene que ver con la algarabía de las festividades abrileñas, que hasta es ejercicio de mal gusto, pero existen realidades que, por más que lo neguemos, están presentes y nos llaman a ver el mundo desde otras atalayas. Estamos obligados a hacer del emporio en que vivimos un espacio de responsabilidades donde todos podamos acceder a mejores condiciones de vida, libres de políticas erradas que no favorecen el trabajo formal y purgado de ideas extremistas de derecha o izquierda que solo acrecientan la miseria.

Tan distante queda ya, la época del chulla riobambeño, el pasacalle, la serenata sin equipos de amplificación, el jolgorio de una “Noche de la alegría” donde las caneleras tras de destartalados reverberos combatían la tristeza y el frío. Son casi 200 años de nuestra Independencia pero para la gran mayoría de habitantes de la ciudad cada día es una nueva jornada de esperanza por no sucumbir a la pobreza. Cada día un espacio para renovar la ilusión de alcanzar la dádiva del trabajo. En palabras de Juan Pablo II: “El trabajo es un bien del hombre, es un bien de su humanidad porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza así mismo como hombre”. Sean estas letras un homenaje a todo el pueblo común que con su labor permite que los engranajes de la historia sigan rodando. Aquellos silenciosos héroes y heroínas que salvaguardan del hambre a sus familias y que aguardan la dignidad que todos merecemos.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Me pareció un articulo importante ya que la mayoría de gente no nos damos cuenta de la realidad que viven las personas para ganarse como vulgarmente se dice "EL PAN DE CADA DÍA" ellos se ingenian la manera de atraer a la gente y tratar de satisfacerla al máximo.
La falta de empleo y de oportunidades en el país y en cada ciudad hace que la gente busque métodos de sobrevivir, exponiéndose tal vez a ser rechazados o en la mayoría de casos a quedarse con toda su mercadería. En cada rostro que nos ofrece algo en la calle vemos un sufrimiento y debemos apoyarles para que salgan adelante y consigan lo que quieran.
No importa si son grandes o pequeños todos tienen que trabajar para ayudar en casa exponiéndose a grandes peligros que existen.
Cada festividad es importante para ellos dan todo lo mejor que tienen para conseguir su plato de comida.
Tras no encontrar un trabajo seguro ya que ahora todo es político sobreviven son un ejemplo a seguir todos ayudan en casa y son felices con lo que tienen, debemos apoyar a estos rostros del trabajo informal para conseguir que todos vivamos de mejor manera y tengamos las mismas oportunidades y así volver a tener "LA CIUDAD BONITA" que todos queremos, sin ninguna clase de DISCRIMINACIÓN.
FABIANA MUÑOZ

Carla Vizuete dijo...

Un texto que nos demuestra la realidiad de como viven los demas, que a pesar de ser humildes ellos luchan dia tras dia por conseguir lo que se propongan, no se dan por vencidos. Que a pesar de las circunstancias que se les atraviese nunca se rendiran por obtener lo ya propuesto, es un claro y magnifico ejemplo a seguir de vencer cualquier obstaculo que se nos enfrenten hasta cumplir el sueño trazado. Muy buen relato entorno a la realidad

Anónimo dijo...

Los trabajos informales ocurren por varias razones como el desempleo, los malos gobiernos y también por la falta de interés de las personas. Sea cual se a las razones debemos apóyales por que son personas muy pobres y que buscan dinero de cualquier forma.