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martes, 29 de diciembre de 2009

Así hablaba Zaratustra

Uno de los más polémicos pensadores de fines del siglo XIX, es sin duda Friedrich Nietzche; sus observaciones psicológicas concluyeron que todo el comportamiento del ser humano debe regirse por la voluntad de crear, existir y vencer el dolor de obtener una fortaleza. Nietzche forja la denominación de “superhombre”, para aquel ser que siendo dueño de sus actos y pensamientos, se gobierna a sí mismo, sin necesidad de ser guiado o manejado. En su obra “Así hablaba Zaratustra”, afirma que nunca ha existido ese superhombre, pero, que el éxito, en casos particulares, se halla continuamente incluso en los más diversos lugares y civilizaciones.

Los cuatro temas que dominan esta obra son: la propuesta de un superhombre por venir, la muerte de Dios, la voluntad de poder, y el eterno retorno de lo idéntico. En ella Nietzche habla de Zaratustra, figura semilegendaria de la antigua Persia quien a los treinta años se retiró a la soledad de la montaña. Los planteamientos de este autor permiten una revisión profunda de muchos paradigmas ideológicos impuestos por las generaciones que nos antecedieron y que de una u otra manera han limitado la reflexión y libre expresión humana. No juzgo ninguna ideología, pero, es necesario conocer lo que las diferentes corrientes de pensamiento proponen para de esa manera encaminar nuestra individualidad sin ataduras, prejuicios ni convicciones erróneas.

El ser humano es amalgama de saber, sentimiento, conocimiento y proceder. Libre de religiones y trampas ideológicas toda persona debe optar por su cosmovisión plena, no desde la imposición de otros, sino desde su misma estructura de vida. No con ello elimino el criterio de Dios, porque no se puede negar lo innegable, pero si mantengo la autonomía humana como camino para la realización personal. Yo no diría que “Dios ha muerto”, porque de cualquier manera vive, mas, no bajo la sombra siniestra de quienes manipulan su esencia para a través de falsos preceptos de humildad, resignación y sueños de un más allá, dominar y explotar nuestra existencia para beneficio de ellos; de allí, resulta repudiable aquella compasión que muchos ejercen en medio de la publicidad o por afán que los alaben o los llamen solidarios. Horrenda aquella entrega a favor de otros cuando se lo hace porque no hay otra alternativa que arrimarse a la caridad para no estar solo.

La creación del hombre superior es la lucha tenaz en contra de las debilidades que nos matan y de las que menos se hablan. Una de ellas, el miedo. El miedo nos impide desarrollarnos: miedo al que dirán, a lo que opinen otros, a no ser aceptados; miedo a dejar las seguridades que tenemos y miedo a aceptar lo que realmente somos, sentimos o creemos. Por otro lado, un ineludible ejercicio de virtudes que en veces son tabúes o imposiciones de una sociedad hipócrita regentada por falsos predicadores de la verdad que en su interior son un nudo de víboras. Por ello, si no se posee la altura del espíritu es preferible guardar silencio y dejar que llegue el momento en que el alma nutrida de caídas, desprecios y equívocos, pueda hablar por sí misma.

Son profundos y dilatados los razonamientos planteados en la obra. Destaca uno donde ratifica como el hombre aún no puede separar la luz de la oscuridad y esa es la gran búsqueda. El Dios que nos enseñaron nuestros abuelos es el que debe morir para que viva el Dios real; es decir, aquel Dios que sabe bailar y que se levanta en la catedral de cada individuo y no en sitios donde se trafica con la fe y la ingenuidad del pueblo.

La obra de Nietzche resulta un complejo océano que vale la pena descubrir para redescubrirnos.

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