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martes, 29 de diciembre de 2009

CIEN AÑOS DE SOLEDAD

Uno de los grandes maestros de la literatura latinoamericana y mundial. Gabo, Gabito o García Márquez, como guste llamarlo. Innato autor de ser imaginativo que nos acarrea de la mano, para a través de su narrativa adentrarnos al mundo de lo mágico; enfrentar la hiperbólica realidad de leyendas engendradas en el alma de América Latina, donde se conjuga lo risible con lo trágico, lo real con lo increíble.

La esencia cosmopolita del ser humano, hace que la obra de García Márquez permanezca y trascienda con vital energía asumiendo el inexorable espacio del amor y la soledad. De manera concreta, al referirme a Cien años de Soledad, obra que ha convertido al autor colombiano en símbolo de todo un continente, vale destacar no sólo el gran valor literario que posee, sino esencialmente su valor universal. ¿Qué persona no es o ha sido en algún instante de la vida un Aureliano Buendía?, soñador empedernido, creador y notablemente abandonado. ¿Qué mujer puede negar a esa Úrsula arrimada en alguna parte de sus ser? Fuerte, precavida, con la mejor fortaleza para amar e irse más allá de la ceguera. ¿Acaso no hemos tenido a nuestra propia Pilar Ternera o no nos hemos deslumbrado ante una Remedios, la Bella? ¿Como generales en la batalla de la vida, no hemos combatido en más de treinta guerras y la hemos perdido todas, pero con la misma insistencia seguimos fabricando pececitos de oro en cada oportunidad que tenemos de vivir? ¿A nuestros hijos, a los hijos de nuestros hijos, no los han marcado en la frente con el estigma de la pobreza, el subdesarrollo, la miseria, y nos los siguen asesinando en las calles, en los vientres, en los tugurios?

Un Melquíades aparece cualquier día frente a nosotros. Nos coloca los pergaminos de la verdad, una verdad tan obvia que no miramos o la queremos evitar, porque como toda verdad nos exige sacrificio. Entonces empezamos a crear falsedades alrededor de nuestra existencia, buscamos caminos escabrosos por la pura gana de no hacer lo correcto; y al igual que el gran patriarca de los Buendía, quedamos atados debajo de un castaño, con la soberbia soledad y la intrascendencia de una vida, que la pudimos haber construido de mejor manera.

Qué decir de Macondo. En mi lineal idea, se me ocurre pensar que para crearlo, Gabo se sirvió mucho de las peculiaridades de nuestro continente, pero, la aldea fantástica de su novela, se hubiese hecho más increíble todavía, con relatos de hechos como los que ocurren en nuestro país. Pensemos que aquí todavía existen personas (léase políticos) que piensan cosas inauditas como que la tierra es cuadrada o que el pueblo es pendejo. Los presidentes no nos duran, los altos magistrados perciben cuantiosas remuneraciones por no hacer nada, la misma gente que ha insultado y robado la honra de la Patria sigue apareciendo en los medios con la sinvergüenza cara de inocentes víctimas. Un Ecuadorcondo, donde pese a la inmensa riqueza que tenemos, permitimos: a nuestros niños/as mendigar en las calles, ancianos que se nos mueren en las veredas, hospitales donde la inoperancia médica opera sin ningún canon de responsabilidad, centros de estudios que año a año gradúan profesionales y bachilleres que abarrotan el desempleo. Un Ecuadorcondo donde sus autoridades se destrozan como buitres para no ceder a sus cargos, con la excusa de ser elegidos por el pueblo. Pero al final, embanderan la codicia personal, los intereses partidistas y al pueblo de verdad, lo condenan, no a cien años de soledad, sino a una interminable escala de marginalidad, pobreza y vergüenza, porque nos da vergüenza mirar aquellos noticieros donde los mismos caraduras de siempre siguen sangrando a nuestra Patria.

Celebro la vida y la obra de un gran maestro. Gabriel García Márquez, el mago que nos ha permitido de alguna manera encontrarnos sin fatalidad con esenciales aspectos de nuestra composición, no solo latinoamericana sino humana. La grandeza de lo fantástico es que atrás de la aparente irrealidad nos hallamos con grandes certezas.

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