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martes, 29 de diciembre de 2009

A UNA MAESTRA

Toda profesión tiene su ocaso, toda etapa humana cumple un ciclo vital y termina encanecida junto a los años que la ven pasar. Toda profesión despide a su gente; con gratitud en algunos casos, o la mayoría de veces con la indiferencia propia de una humanidad deshumanizada.

En el caso de quienes llevan el corazón de la enseñanza, la semilla de la educación en sus venas, me atrevo a afirmar que no puede existir olvido. Y no porque vivamos en un país donde se valore la labor docente. No porque cada discípulo o estudiante regrese a decir un día ¡gracias! No porque la sociedad esculpa sobre roca las acciones de cada educador. La inmortalidad del maestro se da porque su trabajo echa raíces en vidas que crecen y se reproducen cada día. Su labor traspasa las barreras de la distancia y el tiempo y sólo el maestro/a es quien sigue sembrando en mitad de tempestades; una siembra que ni siquiera podrá mirar pero que existe en la dignidad de tantos seres humanos que aprendieron las letras, el camino al trabajo, la noción de educarse para romper las cadenas de la ignorancia.

Con el incentivo para la jubilación promovido por el Ministerio de Educación, esta semana se acogieron a este derecho cientos de maestros y maestras de nuestro país. Gente valiosa que posiblemente vencidos por las enfermedades y los años requieren de un merecido reposo. Gente con altas alas que vieron nacer y volar a incontables hombres y mujeres. Guerreros y guerreras que pisotearon el analfabetismo; que con certeza habitaron en pueblitos, recintos o anejos distantes donde remozados de juventud regaron el néctar su mejor edad para construir un Ecuador que a nadie parece ya importar.

Profesores y profesoras a quienes la risa de las aulas les permitía olvidar el paupérrimo sueldo retrasado que no llegaba o esconder tras un gesto de alegría la soledad o la nostalgia por la familia distante; una familia que debía entender que estaba separada porque su padre o madre pertenecía al magisterio y tan solo volvería el fin de semana. Toda profesión es loable, pero el que construye almas, cerebros y corazones bien merece la posición de un trato privilegiado donde se prioricen sus derechos. ¡Absurda sociedad, mal llamada civilizada! Que niega un trato digno a sus profesores.

Al menos estas palabras sirvan para decir gracias a todos nuestros educadores/as que en este año se retiran de sus aulas y si bien queda un insondable vacío, también quedan oleadas de fructíferas faenas. A través de ellos, un gracias para Alicia: mi primera y eterna maestra.

Viajera de las letras/ invencible luz para tu aula enamorada/ raíz indestructible donde bebimos la palabra/ pájaro enternecido, interminable lámpara.

Maestra buena sin más fortuna que tus pupilas derrotadas. / Sea su luz extinta/ veneración a la esperanza / antorcha vencedora de la soledad encarnizada
guitarra tus pestañas que no encienden pero cantan / amiga, compañera, mujer para mi pueblo.

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