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martes, 29 de diciembre de 2009

DE CÓMO LAZARILLO SIGUE MURIENDO

No estamos celebrando el día del niño/a o nada que se le parezca. Tampoco es una fecha dedicada a la niñez, pero, sí es un día, donde los Lazarillos, (nuestros niños/as) siguen deambulando por calles, plazas, mercados... Peor aún, han acrecentado su oscuro deambular dentro de nuestras propias moradas..

Para quien tal vez no lo sepa, el Lazarillo, es una de las novelas cumbres de la narrativa española. Cuenta las desventuras de un muchachuelo a quien la pobreza obliga a subsistir con “la ayuda“de varios amos, a quienes sirve con mayor o menor suerte. Nada tiene que ver con Lázaro el resucitado, porque a este le dieron de nuevo la vida, mientras que al anterior de una u otra forma se la extirpan día a día.

Al mirar el otro día los ojos dormidos de mi hijo, se me ocurrió pensar que muchos Lazarillos de la actualidad, están muy a la mano; traen un perfecto disfraz de felicidad que difícilmente dejan descubrir su soledad. El ruego actual, no es un pedido de comida o dinero. La súplica, de los pequeños/as de esta era, se fundamenta en el tiempo que negamos los adultos; un espacio para escuchar sobre sus juegos (al menos escuchar sobre ellos, porque no compartimos el jugar): Somos ciegos; errantes en ocupaciones; dejamos de lado lo vital: el crecimiento de aquellos seres a quienes la vida nos presta por unos años con el fin de enrumbarlos a insospechadas alturas, pero, por lo general advertimos que estaban de paso por nuestra existencia, en el momento que junto a un rostro olvidado de la niñez, nos dicen adiós, no para siempre, pero sí un adiós a su vida en el hogar o al tiempo que “compartían” en el núcleo familiar.

La televisión es la mejor niñera que tenemos. Basta con encenderla y poner al frente al pequeño/a, para que absorto y fuera de la realidad, no perturbe nuestro descanso. A lo mejor exagero al utilizar el nosotros porque quizá usted, respetable lector no está dentro de este casillero de padres, por lo cual, lo más apropiado sea un “yo”, para señalar todas las deficiencias dentro del mundo de la paternidad responsable. No puedo decirme padre responsable por el solo hecho de brindar educación, alimento o vestuario. Esas son obligaciones que adquirí en el momento que por alguna circunstancia quise que me mentasen como papá. La verdadera responsabilidad paterna debe ser la compañía, el espacio compartido, las palabras de aliento, la ayuda en las tareas escolares o la construcción de aquel castillo de arena que hace muchos años sepultamos en el jardín perdido de la niñez. Es indubitable que la profesión más difícil, es la de los padres; un arduo camino de aciertos y deslices; correctas medidas y sonoras equivocaciones.

Escribo desde mis errores. Largas noches de desvelo junto a los amigos, mas, no con el pequeño que debía compartir una plegaria o recibir un beso de buenas noches. Extensas horas de trabajo a veces innecesario, que no cedí para comprar un helado a contar un simple cuento. Una lista de acciones u ocupaciones ridículas que me apartan del encuentro más importante o la reunión más urgente que debería considerar: El reunirme con aquellos hijos que como lazarillos ceden su vida al amo de los juegos electrónicos, los programas televisivos, la Internet mal empleada o el simple no hacer nada.

Nunca es tarde para amar bien.

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